Las personas que llegan al Centro de Arte para la Paz (CAP), localizado en Suchitoto (departamento de Cuscatlán), no encontrarán ningún arma. No hay restos de metralla, ni trozos de aviones caídos. No es esa la historia que el CAP cuenta, no es la conversación que quiere tener con sus visitantes. No le gusta hablar de batallas, pero sí de victorias, de las de la comunidad, de cómo ganarles el pulso a tantos años de violencia.
Construir la paz no es dejar de hablar de la guerra, pero sí crear diálogos nuevos, que se alejen de historias de héroes, de vencedores y vencidos, para trascender los bandos, para empezar a sanar en colectivo.
Pero en el Centro de Arte para la Paz saben que lo colectivo empieza en lo individual. En opinión de la hermana Peggy, directora de este espacio, un museo sirve para ampliar nuestra percepción del tiempo. Es como un viaje al pasado y al futuro, el pasado se hace presente en cada persona que visita el museo, y el presente se interpreta por cada persona que lo proyecta en sus futuros posibles. También dice que cada persona es un museo andante, un montón de recuerdos que se encuentran con las historias de otros que están expuestas en vitrinas. Y que, en ese diálogo de narrativas, cada uno de nosotros intenta buscar su identidad.
Y fue difícil, en Suchitoto, encontrar la identidad, la individual y la colectiva, dentro de una comunidad que llevaba muchos años viviendo la guerra y que tuvo que reaprender cómo es existir en tiempo de paz (si es que alguna vez, en algún lugar, ha existido tal cosa).
Pero el Centro de Arte para la Paz quiso ser la brújula para la búsqueda identitaria: buscar a través del arte, del aprendizaje, de escuchar al otro y de re-conocerse en él(ella). Y una vez encontrada esa identidad, sanar.
Porque la paz no puede ser solo ausencia de conflicto, no es algo que ya no está, la paz que buscan desde el CAP está llena de cosas, llena de gente, de colores y de formas, de palabras y de imágenes.