Veintiséis familias repoblaron San José Las Flores (Chalatenango) en el año 1986. Llegaron más muertos que vivos, después de años de vagar por todo el departamento.
No fueron refugiados, no encontraron más refugio que el de las montañas. Solo caminaron, de día y de noche, con el frío y el miedo, huyendo de un peligro que tomaba mil formas, que parecía siempre estar a punto de alcanzarlos.
Carlos (habitante de la zona) aún guarda recuerdos de la huida, cuando era niño: “Estuve a punto de morir, de chiquito, en las guindas. Yo mucho iba haciendo bulla y me tapaban la boca porque venían los soldados cerca. Estuve a punto de ahogarme.”
Otros no tuvieron tanta suerte. Ni siquiera las niñas y niños que llegaron hasta San José Las Flores: diecisiete murieron durante el primer mes a causa de la malnutrición sufrida durante el largo viaje a casa.
Al llegar al menos no había hambre, había techos que protegían del sol de día y había camas para dormir bajo mantas por la noche. Pero el peligro no había desaparecido.
Aún hoy en día se ven las marcas de las bombas de quinientas libras que cayeron sobre San José Las Flores. La población se refugió en la iglesia, pidiendo al cielo que dejase de llover hierro, que no destrozase las casas por las que tantos años habían caminado por las montañas.
Pero, poco a poco, San José Las Flores floreció entre casquillos de bala, tanto fue así que se convirtió en un centro de abastecimiento para la guerrilla: allá iban a alimentarse, a lavarse, a respirar tranquilos. La comunidad los acogía, tal vez porque sabían cuánto se echaba de menos en aquellos cerros una tortilla caliente o un poquito de agua en el que poder hundir las manos.
Esta localidad fue el refugio de todos aquellos que no tenían dónde ir, para los perdidos en la montaña. Para todos los que aún estaban recorriendo su eterno camino de vuelta a casa. Y ahora el Museo de Memoria Histórica San José Las Flores cuenta todas esas historias.