En Arcatao (departamento de Chalatenango), desde que comenzó la guerra, tuvieron una cosa clara: solo el pueblo salvaría al pueblo. Y así fue, durante el conflicto armado, tras los Acuerdos de Paz e incluso en la actualidad.
Muchos fueron desplazados a Mesa Grande (Honduras), pero otros no tuvieron la oportunidad de huir para ponerse salvo. Por ello, desde el primer momento, los poderes populares estructuraron el día a día en la comunidad de todas las personas que se quedaron.
La organización de la escuela, que comenzó como un palo de mango y alumnos con ganas de aprender. La salud comunitaria, a través de la clínica popular, o durante las guindas, cuando un trozo de hilo y unas tijeras eran las únicas herramientas de las parteras.
“Solo se oían balas y bombas, a veces ni hallábamos qué comer”. Un coordinador de la base avisaba de la llegada del ejército y había que salir en guinda, con un puñado de harina en el bolsillo y los niños asustados en los brazos.
Después de la guerra, la reconstrucción de la comunidad también partió de la organización popular. El párroco Manolo Maqueira se encargó de vehicular estas iniciativas: se hicieron asambleas de cientos de familias en las que se marcaban las prioridades, siendo, la principal, la construcción de las casas.
Hoy en día, el pueblo sigue organizándose para buscar las fosas comunes y para conseguir recursos para las exhumaciones. Es importante para las familias saber qué ocurrió con sus seres queridos, tener una tumba a la que ir a visitarlos, saber que descansan en paz.
Por eso, la comunidad de Arcatao ha creado una capilla con nichos para colocar los restos que se identifican con los escasos recursos disponibles. Y aunque sea poco, un nombre en una placa significa cerrar una herida para todos aquellos que llevan años sin saber qué fue de sus familiares.
El pueblo se salvó a sí mismo durante el conflicto armado, se reconstruyó a sí mismo tras los Acuerdos de Paz, y hoy en día, se encarga de defender su memoria. Siguen en pie, siguen cavando contra el silencio que quiere enterrarlos, siguen buscando sus muertos y sus recuerdos. Un símbolo de ello es el Museo Arcatao.