En diciembre del 81 el batallón Atlacatl inició un operativo anti guerrilla llamado Operación Rescate, establecieron su base en una “planada” y desde allí bombardearon y salieron en busca de “insurgentes” hacia las comunidades del norte de Morazán.

El Mozote es el lugar que le da nombre a la masacre, pero también  la gente de los caseríos y cantones de La Joya, La Ranchería, Jocote Amarillo, Los Toriles y Cerro Pando;  fueron asesinadas, bombardeadas y quemadas sus casas. En total más de 900 mujeres, hombres, ancianos, niños y niñas fueron víctimas de este hecho. 

Muchos de las y los sobrevivientes de la masacre no pudieron regresar a lo que quedaba de sus casas hasta días después. Al llegar encontraron cuerpos a medio enterrar, animales de rapiña por doquier, escombros, cenizas y un lugar desolado. Rescatar objetos cotidianos de sus parientes significó salvar aunque sea una parte de su familia, para poder dar testimonio de lo que ahí ocurrió o simplemente imaginar que apretaban la mano de su madre cuando ponían la suya sobre objetos de barro. 

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Un candado que ya no funciona por la herrumbre, pero que protege recuerdos. Un espejo que apenas refleja algo, pero que es un portal a las memorias más preciadas. Un plato y una taza donde una hermana o una madre tomaron su desayuno. El botecito donde el perfume de una tía se evaporó por el fuego. La cuma de un padre y el martillo de un hermano. Objetos que perdieron su funcionalidad original, pero que ahora tienen una tarea mucho más importante: resguardar la memoria individual y contribuir a rescatar la memoria colectiva.

 

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Orlando Márquez García compró en noviembre de 1981 en el Mercado Central un vestido para Yesenia Yanet, su hermanita de 18 meses. Nunca se imaginó que sería el vestido que encontraría en la casa de sus padres, luego de que fuera destruida por el Batallón Atlacatl, en diciembre de ese mismo año. Ahora lo conserva enmarcado en un cuadro, todavía manchado de sangre, la sangre de su familia, su sangre.

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Orlando, de 23 años en ese entonces, sobrevivió a la masacre porque trabajaba en una fábrica textil en el departamento de La Libertad, a unos 250km de El Mozote. Un telegrama le avisó días después del operativo militar en la zona, pero albergaba la esperanza de que “los que no se meten en nada” estarían vivos. Cuando por fin volvió a Morazán se encontró en el camino con un pastor cristiano que conocía a su familia, al verlo, el pastor, le dijo: “Quiero orar por vos, para que Dios te de la fuerza necesaria”. En ese momento se imaginó la noticia que le esperaba. Al llegar a El Mozote se dio cuenta que era peor.

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Orlando recibió la noticia de la muerte de toda su familia el 24 de diciembre. Atesora también una fotografía de su madre María Agustina con sus hermanitas Yesenia Yanet y Edith Elizabeth. 


 

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María de la Paz Chicas -Pacita- siente estrechar la mano de su madre cuando sostiene la palomita porta velas que conserva de los objetos que recuperó de la casa de sus padres. “Mi madre agarraba un poco de barro y lo apretaba con su mano hasta darle forma de palomita, le hacía un hoyito con el dedo y ahí poníamos las velas”, dice Pacita. También conserva el zapatito de su sobrino Chunguito, otro porta velas y la plancha de su sobrina. 

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Esos objetos representan una parte esencial de su memoria. Poner su mano en la forma que la mano de su madre dejó en el barro es, sin duda, una manera de conectar con ella y con  ese pasado que le fue arrebatado de una forma tan atroz.

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“Solo el plantel de la casa quedó, nadie hubiera creído que allí había casa antes. Cuando lo vimos todo eran escombros, no había casa. Entre todo eso encontramos las cosas, los veleros (candelabros), la plancha, todo. El zapatito de Chunguito se lo estaban comiendo unos animales, por eso tiene un hoyito. Eso me dolió”, dice Pacita.


 

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En El Salvador de los años 80 muy pocas personas tenían acceso a un sistema de salud y atención médica, la mayoría recurría a prácticas y remedios caseros. En El Mozote tenían a Israel Márquez. Él era el médico curandero del lugar. “Era un hombre mayor que lo único que daba era vida para El Mozote, o digame si curar a otros no es darles vida”, dice María, sobrina de Israel.

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Los utensilios del médico curandero guardan parte de la memoría de lo que ahí ocurrió: un mortero quebrado por la mitad, jeringas de vidrio ahumadas y quebradas y una taza medidora de vidrio que se fundió por el fuego. 

Durante el operativo del 81 en la casa de Israel reunieron a un grupo de personas, en su mayoría mujeres, para asesinarlas y quemar sus cuerpos.


La memoria de los objetos guardan una parte de los recuerdos de los habitantes de El Mozote y los lugares aledaños de la masacre, pero florecen para darnos un poquito de barro, con la cual moldeamos nuestra historia, la historia de todo un país.