El Mozote, La Joya, Cerro Pando, Ranchería, Los Toriles y Jocote Amarillo deberían ser nombres que se graben en la memoria de todos los salvadoreños.

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Diciembre de 1981 también debería ser recordado por todos. Duele, pero ignorar lo sucedido dolerá más, mucho más. Basta visitar los caseríos en un día sin festejos y conmemoraciones, dejar que el sol se ponga y sentir la abrazante soledad, el silencio y ver la plaza vacía, para darse cuenta de que si nos cuesta enfrentarnos a nuestros fantasmas y rememorar nuestro dolor, tenerlos aislados en esa zona remota nos ha ayudado a ignorarlo y, además, parece reafirmar que lo que no pasa –o pasó- en el gran San Salvador no nos importa.

 

 

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38 años después la comunidad recuerda. —Veía a mi hermana, la veía que estaba sentada con un vestido bien bonito que ella tenía, estaba sentada a medio patio y miraba al cielo y me decía, ¡mirá esos aviones!, ¡mirá todo eso que viene!, después se quedaba callada y bajaba la cara con la mirada bien triste. Así la soñé como cinco días antes de la masacre, yo creo que se estaba despidiendo de mí. Yo no quisiera recordarla así triste como en el sueño que tuve.

 

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María sostiene el retrato de su tío. De su hermana mayor y su sobrina de 10 años no tiene fotos. Siempre quiso encontrar algo de los restos de su hermana, aunque sea aquel vestido bonito con el que la soñó, pero hasta hoy no ha encontrado restos de ningún familiar, le consuela que estén enterrados en algún lugar de El Mozote.

 

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—Cuando ya iba para afuera –huyendo del caserío- le dije a una hermana mía: vámonos, no te quedés aquí, es mejor caminar que quedarse a medio camino. No, me dijo, yo solo le debo la vida a Dios, no tengo porqué huir. (Guarda un largo silencio) Ni yo ni mi hermana sabíamos que esos hombres no conocían nada de Dios. Después de haber llorado tanto, cómo quisiera haberme quedado con ellos a medio camino. Don Ilario tiene 93 años, con voz quebrantada y ojos llorosos recuerda a su hermana, a sus hijos y sus sobrinos que fallecieron en el caserío La Joya.

 

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Si nosotros no hablamos, ¿quién hablará?, si nosotros no seguimos adelante vamos a volver al pasado. ¡Este pasado es terrible, pero no podemos olvidarlo! Rosario López es una de las sobrevivientes del caserío La Joya, incansable luchadora porque se haga justicia a las víctimas.

 

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Es cierto que somos un país lleno de dolor, lleno de recuerdos difíciles, pero El Salvador no debe olvidar sus muertos. Nuestra tierra ya no soporta tantos huesos que le han sido depositados y que han sido -y siguen siendo- ignorados por la mayoría. Huesos de masacrados, huesos de desaparecidos, huesos impunes. 
Recordar es un deber con la patria, con esta patria que amamos, con esta patria que nos duele. Hablarlo es nuestro deber, deber con las víctimas, deber con las generaciones que vendrán, un deber con nuestros hijos. Si nosotros no hablamos, ¿quién hablará?